Él estaba en el local. Ella no podía
verlo. No sabía dónde estaba. Lo único que sabía era que podía sentir su
presencia. En alguna parte.
Había sentido que estaba allí casi
desde el momento en que había salido al escenario. Al principio, reprochándose
ser tan fantasiosa; era ridículo, después de todo el tiempo que había pasado,
sentir aquello. No había ninguna razón lógica para creerlo. Pero la sensación
persistió, hasta tal punto que acabó convencida de que estaba allí.
Escuchándola.
Aquello era increíble. Era la primera
vez que cantaba en público en tres años. ¿Por qué iba a estar él allí?
Pero estaba. Lo había buscado entre el
público con la mirada, pero era difícil discernir algo en la penumbra que había
detrás del foco que la alumbraba. Sólo se veían siluetas, ningún rasgo
distinguible entre ellas.
De todos modos, tampoco quería verlo.
¿Para qué? Había pasado tanto tiempo. Ella era diferente y él también. Sus
vidas eran diferentes.
¡Pero estaba allí…!
El corazón le latió con fuerza en el
pecho cuando se dispuso a cantar la última canción de la
velada, rasgueando la melodía en la guitarra antes de entonar el estribillo,
más reconocible.
En aquel momento, deseó que aquella
canción no estuviese en el programa, que hubiese elegido otra como final. Pero
era la canción que la había hecho famosa, por la que era recordada. Y no la
había cantado en público durante mucho, mucho tiempo.
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