Estaba de pie, al fondo del salón en medio de la penumbra impregnada de humo. El público no lo había visto, especialmente los
ruidosos que vociferaban para ser atendidos en la barra que estaba a su lado.
Pero no importaba… tampoco él los había visto.
Porque sabía que en cuanto la mujer
que estaba de pie al otro extremo del local, empezara de nuevo a cantar, los
espectadores se olvidarían de las bebidas, chistarían para hacer silencio una
vez más y sólo pensarían en escuchar la música.
Llevaba en el escenario casi media
hora y siempre pasaba lo mismo cada vez que empezaba una nueva canción; podría
haberse oído el ruido de un alfiler entre un público tan entregado. Era fácil
comprender por qué. Era buena. Muy buena. Como siempre lo había sido, y la
sensualidad de su voz tocaba la fibra sensible de los corazones de todos los
presentes. Era una canción de amor. Amor traicionado. Y sin embargo, todavía se percibía
esperanza en sus palabras. La esperanza de sobrevivir.
¿Dónde había encontrado esa alegría?
¿Cómo?
¿Con quién?
Fue esa última pregunta agonizante la
que lo desgarró como el filo de un cuchillo y se quedó embelesado observando en
silencio la belleza inolvidable de su rostro. Después, se hizo de nuevo el
silencio en la habitación y la mujer empezó a rasguear suavemente la guitarra.
El silencio era expectante, como si todo el mundo hubiera contenido el aliento
al unísono.
Sabía por qué. También él reconocía
aquellos acordes iniciales. Y las palabras que empezó a entonar. Era una
canción que no había oído desde hacía mucho tiempo. Mucho, mucho tiempo.
Era su canción, la canción de los dos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario